Cathy Berberian – La mujer de las mil y una voces

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El 6 de marzo de 1983 fallecía en Roma por infarto cardiaco una de las artistas más inclasificables del pasado siglo. Al día siguiente estaba prevista su participación en una conmemoración del centenario de la muerte de Karl Marx en la televisión italiana en la que había previsto interpretar La Internacional en el estilo de Marilyn Monroe… Cantante, compositora, animal teatral, clown o, como ella prefería definirse, «una mera inventora de inteligentes trucos».

Portadora de una vocalidad camaleónica y de un instinto del espectáculo nada convencional, Cathy Berberian (1928-1983) constituye el mito más sólido y visible de un concepto del arte vocal radicalmente libre y heterodoxo, capaz de apelar a la autonomía de la voz como medio de creación musical y sellar a la vez su alianza con cualquier forma de arte. Envuelta en extravagantes peinados, vestuarios y atrezos, Berberian desarrolló un formato de recital capaz de desafiar cualquier convención («Me aburren los recitales en los que el cantante entra, saluda, se sitúa junto al piano y canta, saluda y se va. ¡Cualquiera puede hacer eso!»). Programas como A la recherche de la Musique perdue (De lo sublime a lo ridículo) o A soirée chez Monsieur Marcel Proust podían reunir al menos cuatro idiomas, obras de Monteverdi a los Beatles (pasando por Ravel o Cage), toda clase de registros vocales (folclóricos, líricos, populares o experimentales) y un sentido teatral y humorístico capaz de seducir a las audiencias más predispuestas en su contra.


Cathy Berberian a través de las Folk songs de Luciano Berio

Luciano Berio – Folk songs (nº1 al 5) [1964/1973]. Las Folk songs de Luciano Berio son un conjunto de once canciones folclóricas y populares (dos de ellas, en realidad, del propio Berio) procedentes de todos los rincones del mundo, desde los Estados Unidos de América hasta Armenia. La obra, compuesta expresamente para Cathy, exige del cantante un despliegue de registros vocales capaz de recrear las formas de emisión requeridas por cada canción.


Esposa del compositor italiano Luciano Berio entre 1950 y 1964, Berberian fue además la musa con más proyección y personalidad de la escena vanguardista europea de los años 60 y 70, y fue dedicataria o coautora de obras firmadas por Igor Stravinski, John Cage, Bruno Maderna, Henri Pousseur, Sylvano Bussotti –o, por supuesto, su propio marido– entre otros. Rompedora nata de moldes y fronteras, Berberian hizo así realidad un ideal artístico basado en el poder primigenio de la voz, cuyo antecedente estético más próximo se remonta a la «poesía sonora» profetizada por el pintor dadaísta Kurt Schwitters 40 años antes. Su ejemplo fue seguido y ampliado por una extensa nómina de artistas mayoritariamente femeninas, entre las que podríamos incluir los nombres de Meredith Monk, Laurie Anderson, Joan La BarbaraDiamanda Galás, Shelley Hirsch, Pamela Z, Sainkho Namtchylak, Laurie Amat o Cristina Zavalloni, entre otras, la mayor parte de las cuales han rendido tributo a su figura.


Kurt Schwitters – Ursonate – Tercera parte [1922/32]. Kurt Schwitters fue un artista Dadá que se expresó en ámbitos tan diversos como la pintura, la escultura, la poesía, el sonido, el diseño gráfico o la instalación artística. La Ursonate (que registró él mismo en 1932) es un sorprendente ejemplo de «poesía sonora» pionera en la exploración de las denominadas técnicas vocales extendidas que iremos recorriendo a lo largo de este artículo.


La magia del fonógrafo

La joven Catherine Anahid Berberian, nacida de inmigrantes armenios el 4 de julio de 1925 en una pequeña ciudad de Massachusetts, aunque residentes en Nueva York desde 1927, apenas dio señales del carisma que caracterizó a su figura pública en su madurez. Insegura y poco agraciada físicamente, sus recuerdos de la infancia la describen como una chica retraída pero infectada por una insaciable fantasía y curiosidad. La música y los bailes tradicionales armenios, la canción popular, así como el canto y todo lo relacionado con el teatro cautivaron su atención desde los tiempos en los que, junto a su padre, organizaba pequeñas funciones familiares.

A los siete años descubriría la ópera a través de una colección de viejos discos de 78 rpm pertenecientes a su madre. Como ella misma explicaría años después «la música constituyó para mí el único espacio que me permitía escapar de la banalidad de mi existencia de clase media-baja urbana»; en concreto, la ópera le permitió soñar con «ser una princesa africana, una gitana temperamental o una cortesana con el corazón de oro». Esta temprana afición operística le llevó a desafiar pronto los límites de la voz mediante la imitación de sus cantantes favoritos de un extremo a otro del registro vocal: desde la soprano ligera (Lily Pons en el Aria de las campanas de Lakmé) hasta el bajo profundo (Feodor Chaliapin en la Canción de la pulga de Musorgsky).

Al igual que su infancia, la juventud de Cathy discurrió por senderos poco prometedores. Alumna en un colegio católico en el Bronx primero y en un instituto femenino en Queens después, recibió sus primeros estudios de canto, actuó en coros no profesionales y se implicó como solista y directora de un grupo folclórico armenio local. La desconfianza de sus padres en la soñada carrera operística de su hija retrasó su acceso a los estudios profesionales hasta que decidió enrolarse en la Universidad de Columbia. Allí estudió teatro, canto, escenografía, dicción y pantomima. E incluso baile español e indio, ansiosa como estaba por ofrecer en un futuro en los teatros de ópera unos retratos verdaderamente completos de sus heroínas líricas, Carmen y Lakmé (a las que, por cierto, nunca llegaría a encarnar profesionalmente).


Modest Musorgsky – Canción de la pulga [1879]. Interpretada por Feodor Chaliapin.

Léo Delibes – Lakmé – Aria de las campanas [1883]. Interpretada por Lily Pons.


Cuatro partes de inteligencia y una de voz

En 1948 los padres de Cathy accedieron a que completase sus estudios musicales y ésta marchó a Europa hasta fondear en el conservatorio Giuseppe Verdi de Milán un año después, donde tomó clases de canto con Georgina del Vigo. Ésta centró su voz en el registro de mezzo y le transmitió la importancia de desarrollar el instinto dramático para profundizar en la interpretación más allá de la técnica. Allí conoció a un estudiante de composición que ejercía de pianista acompañante de cantantes por esos años. Se trataba del que se convertiría en su marido y en uno de los compositores italianos de posguerra más influyentes y respetados, Luciano Berio («Él no hablaba ni una palabra de inglés y yo no hablaba italiano. No tuvimos más lenguaje común que la música»).

Cathy Berberian con su marido, Luciano Berio y su hija Cristina Luisa en 1953.

Tras casarse y establecerse en Milán, las perspectivas profesionales de Berberian parecían diluirse definitivamente a la vez que las de Berio comenzaban a dar sus frutos. Su voz se mostró inadecuada para afrontar el repertorio operístico que tanto amaba: pese a gozar de un envidiable registro (que abarcaba las tesituras de mezzosoprano hasta soprano ligera) y una pulida técnica vocal que le permitía, entre otras cosas, realizar la coloratura con una extraordinaria limpieza, el volumen de la voz resultaba insuficiente para los requerimientos de un teatro. Ofreció algunos conciertos menores y llegó a participar en una función de Lucia de Lammermoor en el rol secundario de Alisa.

Pese a las apariencias, estaba teniendo lugar en su vida un lento pero firme proceso madurativo del cual resultaría la Berberian que conocemos. Alentada y orientada por Berio, Cathy realizó el que podemos considerar su debut oficial en Nápoles en 1958, en la serie de conciertos Incontri Musicali organizados por su marido y Bruno Maderna y en el que interpretó obras de Stravisnky y Ravel. El éxito cosechado le llevó a estrenar en Roma al año siguiente Aria de John Cage, iniciando una carrera como intérprete de música contemporánea cuyo cénit podríamos situar en 1964, en el que estrenó la Elegía por J. F. K. de Stravinski y las Folk Songs de Berio, una de las obras más populares de éste y que permanecería más indefectiblemente asociada a la cantante.

Música de, y para Cathy

John Cage – Fontana Mix with Aria [1958]. Invitado a Milán por Luciano Berio, Cage grabó sonidos por toda la ciudad para la realización de la obra radiofónica Fontana Mix. Cuando, durante una comida, Berberian imitó la grabación con la voz, Cage decidió componer una obra (Aria) para ella, que después remezcló con la propia Fontana Mix.

Ígor Stravinski – Elegy for JFK [1964]. Esta obra, escrita para mezzo y tres clarinetes y conmemorativa del asesinato de J. F. Kennedy, pertenece al periodo dodecafónico del compositor ruso, quien dedicó la obra a Cathy Berberian. Cathy y Stravinski -como director- registraron la obra para el sello Columbia en 1964 junto con otras obras del autor.

Luciano Berio – Sequenza III para voz femenina [1965]. Esta obra ofrece un repertorio de recursos vocales a medida del camaleonismo de Cathy. Registrada por la pareja para el sello Philips (1969, no disponible lamentablemente en Spotify), es un clásico de la música contemporánea para voz solista.

Cathy Berberian – Stripsody [1966]. La obra más conocida de Cathy Berberian es un humorístico collage de sonidos sugeridos por las onomatopeyas empleadas en los comics.


En busca de sí misma

Tras el divorcio de Berio en 1966, del que ambos supieron conservar una perdurable relación de amistad y artística, Berberian inició una segunda transformación profesional. Es la época de la colaboración con Nikolaus Harnoncourt, por entonces un joven pionero de la interpretación historicista, con quien registró sus dos únicos títulos operísticos: L’Orfeo (1969) y L’incoronazione di Poppea (1974) de Monteverdi. Pero también es la época de su emancipación como artista y como mujer. Como ha apuntado en tiempos recientes Pamela Z, había algo de hipócrita, o de arraigo cultural profundamente machista, en el hecho de que esta primera generación de artistas femeninas que señalaron nuevos caminos en el empleo de la voz subordinaran su talento al del hombre/compositor. En cierto modo, el compositor se arrogaba la autoría de un material sonoro profundamente original mediante su representación simbólica en el papel, cuando en realidad era la mujer su dueña y creadora absoluta.

Este esquema, que se reprodujo en artistas como Michiko Hirayama o Jan De Gaetani, es el que rompió Cathy en esta nueva etapa. Sin dejar de interpretar obras de otros colegas masculinos, Berberian indagó en los aspectos teatral y escenográfico tradicionalmente excluidos del concepto del recital, e hizo de éste una forma de arte radicalmente nueva, desinhibida y arriesgada. Un concepto profundamente desmitificador en el que cabía todo, desde la vanguardia hasta el pop, la inteligencia y el humor, y que alimentó las críticas de los sectores vanguardistas más puristas, alarmados ya desde los tiempos de las Folk songs. «Se me critica, ¡se dice que soy una payasa!, pero no me importa, pues he demostrado de sobra que también soy seria».


La emancipación femenina a través de la voz en la creación musical de vanguardia

Pioneras, grandes damas de las vanguardias de posguerra como Cathy Berberian, o herederas en un paisaje sonoro invadido por la electrónica digital en vivo, son numerosos los nombres de artistas femeninas que han experimentado –primero como intérpretes y luego como creadoras– con los límites de la voz humana convirtiéndolos en arte.

Giacinto Scelsi – Khoom – Episodio nº2 [1962]. Michiko Hirayama desarrolló diversas técnicas vocales inspiradas en la música tradicional japonesa, y se convirtió en una de las primeras y más incontestables musas de las vanguardias musicales de posguerra. Afincada en Roma desde principios de los años cincuenta (“en Japón no hacíamos más que lied alemán y ópera italiana”), su nombre quedará vinculado para siempre al de Giacinto Scelsi, quien le dedicó numerosas obras incluyendo los monumentales Canti del Capricorno (1962-1972).

George Crumb – Madrigals – Book I, Part I [1965]. Jan De Gaetani, mezzosoprano formada en la Juilliard School de New York, y firmante de uno de los más antiguos y reveladores registros del Pierrot Lunaire schönbergiano (Nonesuch, 1971), destacó en ámbitos como el lied, la música antigua y la música estadounidense desde Ives a Varèse o Cole Porter. Pese a ello, su nombre permanecerá ligado principalmente a George Crumb y a su obra Ancient Voices of Children (Nonesuch, 1975), basada en textos de García Lorca. En esta obra, entre otras cosas, la mezzo debe cantar dentro de un piano, fundiendo su voz con la resonancia de éste.

Meredith Monk – Our Lady of Late, para voz solista y copa de cristal – nº6 Sigh [1972]. Estadounidense nacida en Lima, Meredith Monk ha desarrollado una carrera como compositora muy ligada a la experimentación con su propia voz (“Me muevo entre grietas: donde la voz empieza a bailar, donde el cuerpo empieza a cantar, donde el teatro se hace cine”). Compañera de batallas de Steve Reich y Philip Glass durante los años setenta, el 40 aniversario de su carrera artística reunió en el Carnegie Hall en 2005 a artistas como Terry RileyBjörk y DJ Spooky.

Morton Feldman – Three Voices for Joan La Barbara – Opening [1982]. Otra de las más grandes musas (y compositoras) de la segunda mitad del siglo Joan La Barbara, se convirtió en una figura fundamental de la música experimental norteamericana gracias a su participación en la génesis de numerosas obras de artistas como John Cage, Morton Feldman, Morton Subotnik (con el que se casó), Philip Glass o Larry Austin. Entre sus técnicas vocales destaca el empleo de subtonos mediante la relajación de las cuerdas vocales.

Nina Hagen – NunSexMonkRock – Iki Maska [1982]. Nacida en la RDA, Nina Hagen ha sido uno de los nombres fundamentales del punk alemán y del post-punk internacional, haciendo de su camaleónica voz su principal seña de identidad. Aparte de un extraordinario registro que cubría los ámbitos de bajo hasta soprano, en su época de mayor esplendor vocal, Hagen mezcló formas de emisión propias del canto lírico con todo tipo de gritos, bramidos y parodias vocales.

Diamanda Galás – Schrei X – M Dis I [1996]. Descrita por John Gill como “Puta, santa, demonio, amante, loca o ángel, no hay otra voz en el rock, el jazz o la vanguardia musical con su violencia, con su abrasadora pasión y pura fuerza elemental”, Diamanda Galás ha destacado por su capacidad para la glosolalia (evocación fonética de distintas lenguas). Colaboradora de compositores como BoulezXenakis o Globokar, de quien estrenó la ópera Un jour comme un autre [1979], la voz de Galás ha formado parte de bandas sonoras de películas como Drácula (Coppola, 1992) o Asesinos natos (Stone, 1994).

Sainkho Namtchylak – Naked Spirit – Inuit Wedding [1998]. Nacida en una república ex-soviética del Asia oriental, Namtchylak ha incorporado diversas técnicas vocales (sonidos guturales, sobretonos) procedentes de diferentes tradiciones siberianas, de las que es erudita. Debutante en los escenarios como cantante folclórica, ha estrenado obras de compositores contemporáneos, así como realizado una muy personal carrera en el terreno de las músicas improvisadas (jazz). Vive exiliada y semiretirada en Viena tras sufrir un atentado de la mafia rusa en 1997 que la mantuvo dos semanas en coma.

Pamela Z – A Delay is Better – The MUNI Section [2004]. Artista y compositora afroestadounidense afincada en San Francisco.Tras realizar estudios de canto clásico e iniciar una carrera como cantante de rock, Pamela comenzó a interesarse por la electrónica, evolucionando hasta adoptar posturas experimentales. Pamela Z ha desarrollado diversas técnicas de enriquecimiento de la voz mediante tecnologías digitales; MIDI y muestreo. Uno de sus inventos, el BodySynth, permite acceder a distintos bancos de sonidos mediante distintos movimientos corporales.

La música me dio una identidad

Aunque fue el recital la fórmula de expresión principal de Berberian (Berio comprendió esto perfectamente cuando le dedicó su Recital I for Cathy en 1971), compuso también algunas obras para sí misma. Stripsody [1966], basada en las onomatopeyas habituales en los comics, y Morsicat(h)y [1971], sobre la muerte gloriosa de un mosquito, son las más significativas. El carácter irrepetible de esta artista ha condicionado que su legado difícilmente pueda subsistir de un modo convencional. No sólo sus propias obras, sino también las que le fueron dedicadas, se resisten a integrarse de forma normal en el repertorio debido a la inevitable comparación que incitan con sus modélicas e irrepetibles interpretaciones preservadas por el disco. No de forma gratuita encomendó Berio a varias cantantes (no a una sola, como sólo sabía hacer Cathy) la interpretación de las Folk songs en el concierto que se celebró en su memoria en 1994 en La Scala de Milán.

Aparte de en su discografía (y videografía), el legado de Berberian se expresa de forma más plena a través de su forma de entender y vivir la música: «La música me dio una identidad. La música me proporcionó una profesión. Me proporcionó un gran amor también, y cuando éste acabó, llenó el vacío con alicientes para vivir como una persona plena, no como un apéndice. Me liberó como mujer, y forjó la independencia de mi mente y mi espíritu».

8 comentarios en “Cathy Berberian – La mujer de las mil y una voces

  1. Pingback: 8. De las extensiones de la voz II – Diseño de Paisaje Sonoro

  2. Hola Rafael, te envío un saludo. Llego a tu blog desde el de Regí, El caballero del cisne. Leía tus artículos durante el tiempo que estuve suscrito a Audioclásica.
    A todo esto, espléndida tu Historia de la música on line.

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